EL GRAN GATSBY
EL GRAN GATSBY
Hace poco vi por primera vez la película El Gran Gatsby (2013), protagonizada por Tobey Maguire y Leonardo DiCaprio. Me hizo recordar que ya no tengo tan fresco el libro original de F. Scott Fitzgerald; sin embargo, lo recuerdo lo suficiente para escribir mi opinión.
De forma general, Gatsby es un excéntrico millonario que organiza fiestas multitudinarias en su mansión cada fin de semana. Conforme avanza la historia, entendemos la verdadera intención de estas fiestas: atraer —o “cazar”, en el mejor sentido— al gran amor de su vida.
No contaré aquí de qué trata el libro. Resúmenes ya existen miles y existirán muchos más. Lo que quiero es compartir lo que me dejó esta historia:
Gatsby es un hombre que lo consiguió todo, pero lo hizo inspirado por un amor ciego, casi ilusorio. Logró levantar un mundo entero alrededor de ese sentimiento, solo para perderlo todo por el mismo amor. Porque cuando finalmente se reencuentra con la mujer que lo motivó, ella ya no es la misma… y, en el fondo, él tampoco.
El amor a un recuerdo es peligroso. Esa nostalgia por los días en que fuimos más felices suele engañarnos: ya no somos quienes éramos, los lugares cambiaron y, lo más doloroso, las personas también. Queremos regresar a algo que simplemente ya no existe, y aceptarlo duele.
Así como Gatsby persigue la luz verde al otro lado de la bahía, sueña con atraparla sin darse cuenta de que la realidad es distinta: ella cambió, sus prioridades son otras y su vida sigue adelante.
El final es triste, porque nos recuerda que hay quienes esconden su soledad detrás de fiestas, excesos y una falsa comunidad de “amigos” que no saben quién eres ni les importa. Cuando Gatsby muere, casi se ruega porque alguien asista a su velorio, pero de toda esa multitud que disfrutó de sus noches de derroche, nadie aparece.
Ese es el golpe final de la historia: la soledad detrás del brillo, el vacío detrás del amor imposible y el peso de vivir atado a un pasado que ya se fue.