SUBMARINO AMARILLO
SUBMARINO AMARILLO
Danielito odiaba con todo su pequeño ser —y aún sin saber qué era odiar— tener que bañarse cada día, sin importar que hoy, en particular, no olía nada mal. Con apenas tres años y medio, ya era enemigo declarado de la hora del baño.
Según Danielito, el baño le quitaba valioso tiempo de caricaturas y juegos que no se podía recuperar después. Según Danielito, el baño era algo malo.
El día antes de ayer, Danielito tomó valor y, por primera vez, entró por su propio pie —y no cargado, como acostumbraba— a la tina del baño. Estaba más que listo para enfrentar sus miedos.
El agua comenzó a caer. La tina se llenó con agua caliente y jabón. Los juguetes sobresalían entre las burbujas, flotando, listos para jugar. Danielito ingresó al agua: un gran triunfo para todos en casa. Pero entonces, el agua le cayó en los ojos y comenzó a llorar. Aún no sabía cómo contener la respiración si el agua le tocaba la cara, y ahora no podía ver nada. Entró en desesperación y, llorando, salió de la tina. Otro intento fallido.
Ayer fue quizá peor. Se presentó la más grande pelea acompañada del berrinche más monumental que Danielito había protagonizado. Pataleó, corrió, lloró y se tiró al piso en repetidas ocasiones, no necesariamente en ese orden. Alternaba los pasos del berrinche para que su acto fuera aún más impresionante.
Esa vez, y pese a los múltiples intentos de sus padres, Danielito no llegó al baño. Fue un fracaso para casi todos en casa, pero un gran triunfo para él.
Hoy, particularmente, Danielito consideraba que no olía tan mal y, por lo tanto, no necesitaba bañarse. Además, el día anterior había aprendido la técnica para evitarlo.
—Daniel, es hora de bañarse —dijo su mamá.
—¡No! —gritó Danielito, preparándose para el round 2.
—¿Y entonces qué hago con el submarino? —preguntó su mamá, mostrándole un submarino amarillo de juguete recién comprado.
—¿Qué es eso? —preguntó Danielito.
—¿No sabes qué es un submarino?
—No.
—Te voy a contar.
Entonces su mamá le inventó las mejores historias de submarinos que su imaginación pudo crear en ese momento. Le habló de misiles que se disparaban bajo el agua, de naves que pasaban horas sumergidas sin miedo y luego salían a tomar aire. Le habló de cuatro amigos que tocaban música juntos y que, alguna vez, le escribieron una canción a un submarino amarillo, igualito al que ahora tenía en sus manos.
Para Danielito habría sido imposible disimular la emoción. No quería aceptar que estaba ansioso por jugar con su submarino, aunque eso implicara meterse a bañar.
La hora llegó sin que nadie supiera cómo. Danielito estaba listo, y por primera vez en su vida, emocionado de entrar a la tina.
El agua comenzó a caer. La tina se llenó con agua caliente y jabón, esta vez con un submarino amarillo que sería el protagonista de esta sesión.
Danielito ingresó al agua y jugaba sumergiéndolo por completo. Quería presentarlo a sus demás juguetes. Su mamá le recordó que la función de un submarino es estar debajo del agua, así que Danielito lo introdujo cuidadosamente.
Entonces quiso acompañarlo. Sin pensarlo, metió la cabeza en el agua para ver si su submarino disparaba misiles dentro de la tina. Su mamá lo sacó de inmediato y le advirtió que él no tenía ninguna protección para respirar bajo el agua.
Pero para sorpresa de su madre, esta vez Danielito no salió llorando por no poder ver ni respirar. Salió riendo. Feliz.
Cada baño en el que participaba el submarino amarillo, Danielito perdía un poco más el miedo al agua. Cada baño, jugaba tanto que dejaba de preocuparse si el agua le caía en la cara. Cada baño, se volvía más fanático de bañarse.
Danielito entendió que la hora del baño no era una hora de juego perdida. Que podía aprovecharla perfectamente. Por lo menos, si su submarino amarillo estaba con él.