LA PELEA PERFECTA
LA PELEA PERFECTA
Otra vez, como muchas veces antes en mi vida, voy tarde a una cita importante. Otra vez corro contra el reloj para intentar llegar a tiempo, aunque evidentemente ya es bastante tarde. Otra vez la costumbre —casi genética— de la impuntualidad ha vencido. Por más que intento ganarle, no consigo ser un rival digno. Si esto fuera boxeo, mi récord ya estaría en números rojos y estaría pensando seriamente en el retiro… especialmente después del más reciente enfrentamiento.
Comienza una pelea más de esta lucha eterna que ya es catalogada por los expertos como un verdadero clásico del pugilismo moderno: la pelea del siglo. Estamos en el recinto más importante que pueda existir, y no hay persona en el mundo que quiera perdérselo. La arena está a reventar. Todos gritan, todos esperan ansiosos.
De pronto, un silencio absoluto se apodera del lugar. Como si en la mentalidad colectiva se entendiera que el espectáculo está por comenzar. Suena la música que me ha acompañado en mil batallas. Entonces aparezco, entre una explosión de pirotecnia que deja asombrado hasta al más cínico. Camino hacia el ring como el campeón que los fanáticos aún esperan que sea.
Cuando mi rival hace su aparición, el coliseo estalla en abucheos. Le arrojan objetos, insultos, y toda clase de sustancias de dudosa procedencia. Ha llegado mi némesis. Mi eterno enemigo. Subimos al cuadrilátero, el réferi da las advertencias de rigor y por fin nos quedamos solos. Comienza la pelea.
Y con el primer golpe… estoy noqueado. En segundos. Una vergüenza para el deporte.
No sé si esto sea excusa suficiente para justificar mi impuntualidad. Pero si me noquean en un sueño, ¿cómo esperan que me despierte a tiempo? Apenas terminaron de hacerme el conteo de diez hace unos minutos. ¿Cómo salir de casa relajado y sin prisas después de eso? Sería injusto no reconocer que ya le tengo cierto cariño a la impuntualidad. Su adrenalina es incomparable: una reacción química que nos prepara para sobrevivir.
Y si mi cuerpo está en peligro por llegar tarde, entonces todo funciona como debe. Mi cuerpo y yo estamos sincronizados, trabajando en equipo como un ejército de élite… para resolver un error que yo mismo provoqué.
Es demasiado tarde, aunque todavía es de mañana. Aún no hay suficiente luz para ver bien por dónde corro. Temo que una alcantarilla abierta o algún fiestero dormido en la banqueta me arruinen el intento. Sé que el tren parte a las seis en punto. No va a esperar por un boxeador imaginario que perdió de forma humillante.
La impotencia me golpea cuando llego a la estación. Corrí por todas esas calles, cargando una maleta absurda, solo para ver cómo el tren comienza a avanzar. Como si hubiera esperado solo para burlarse de mí antes de partir.
Lo que ese monstruo de acero no sabe es que yo soy un guerrero. Que, aunque hoy perdí, volveré a intentarlo. Exigiré mi revancha mañana. Y daré la pelea perfecta. Y cuando finalmente derrote a mi peor enemigo, estaré listo para el siguiente reto.
Defender mi nuevo título… contra ese tren puntual que hoy me venció.