FRAGILIDAD
FRAGILIDAD
Tomar una ducha era el único momento en que Luciana podía huir, aunque fuera por unos minutos, de una realidad que la oprimía. Era su ritual, su breve tregua. Pero esa mañana, mientras las primeras gotas resbalaban por la regadera vieja y oxidada, todo cambió. La habitación comenzó a vibrar de forma extraña, como si el mundo, de pronto, hubiera perdido su equilibrio. Un vértigo repentino la golpeó y sintió que unas manos frías, sudorosas, emergían desde su interior. El temblor se apoderó de sus brazos hasta volverlos inútiles, y entonces supo que su cuerpo ya no le pertenecía. Se sostuvo del lavabo para no desplomarse sobre el suelo de concreto.
La luz empezó a desvanecerse. Luciana se cubrió el rostro con ambas manos, buscando no ver, no sentir. Pero algo la miraba. Lo supo. Lo sintió. Con un nudo en el estómago, bajó las manos. Frente a ella, lo vio: su demonio personal. Aquel que la había perseguido durante años sin rostro ni nombre, pero con una presencia tan real como el miedo. Se miraron fijamente. El agua de la regadera seguía cayendo, desbordando el piso, mezclándose con unas lágrimas que silenciosas bajaban por su rostro.
Sin fuerza, sin razón, sólo con desesperación, Luciana alzó un puño y golpeó al monstruo. Un grito visceral, liberador, rompió el silencio como una explosión interna. El tiempo se detuvo. El demonio sangraba. En los fragmentos del espejo roto, su reflejo se desfiguraba. Por primera vez, Luciana lo había herido.
Pero el precio fue alto. Su mano estaba destrozada, abierta, sangrando sin control. Su cuerpo temblaba, pero no por miedo, sino por haber resistido. El demonio, ahora, se mezclaba con ella. Su sangre se confundía con la de Luciana sobre el suelo.