DESPERTÉ UN DÍA
DESPERTÉ UN DÍA
Desperté una mañana como cualquier otra. Lo interesante es que no lo era.
Desperté sin un lugar que pudiera llamar enteramente mío. Mi patrimonio se reducía a la ropa que vestía, y aun así, mis sueños —lejos de disminuir— crecían con más fuerza que nunca.
Nací en un lugar donde todo parecía correcto: seguro, cómodo, predecible. Un mundo donde nada faltaba, excepto algo que no podía nombrar. Porque por dentro, había una grieta que crecía sin hacer ruido. Algo me decía que eso no era todo. Que la vida no podía ser solamente eso: certeza y rutina.
Y es que, seamos sinceros…
¿Quién no ha querido alguna vez desaparecer de todo, empezar lejos, donde nadie sepa tu nombre?
Empezar de nuevo. Retarte a ti mismo.
Demostrarte que el mundo no es tan grande como los miedos que lo sostienen.
Una mañana, tomé lo poco que podía cargar y me fui. Sin despedidas, sin lágrimas, sin volver la vista atrás.
Tenía prisa. Un nuevo mundo me esperaba, y no quería llegar tarde a la cita.
Recuerdo ese último amanecer.
El sol no salió igual que los anteriores.
Miré por la ventana como quien busca una señal en las nubes, una última certeza.
No vi respuestas. Solo sentí que ya era hora.
Y entonces me fui.
México fue mi destino.
Y déjame decirte: qué difícil y hermoso es ser inmigrante.
Difícil dejar atrás lo conocido. Lo cómodo.
Difícil caminar sin saber adónde vas, con los pies hinchados y el corazón encendido.
Pero hermoso encontrar a gente como Fernando.
Fernando no habla de su país. No dice su nombre, no explica por qué huyó.
Parece que prefiere olvidar. Pero en el fondo, lo sé: su vida antes era mejor que la mía.
Y ahora está aquí, cargando su historia en silencio, como muchos otros.
Él me enseñó el verdadero significado de la palabra amigo.
Porque solo en el cansancio profundo, cuando el cuerpo ya no puede más pero la esperanza empuja, uno entiende qué significa realmente necesitar a alguien.
En este tiempo he aprendido cosas que antes me parecían simples.
He aprendido lo que es caer dormido, no porque uno quiera, sino porque el cuerpo se rinde.
He aprendido a saborear cada comida, porque no sé cuándo volveré a tener otra.
He aprendido cuánto cuesta ganar dinero.
Y más importante aún: estoy aprendiendo a vivir conmigo mismo.
No, no me malinterpreten.
No estoy diciendo que esta vida sea fácil. Pero tampoco me arrepiento.
Estoy orgulloso de ser inmigrante.
Porque por fin estoy viviendo.
Porque tengo un objetivo, una dirección, una razón para levantarme cada día.
Ahora sé que todo esto apenas comienza.
Y eso me emociona.
Me asusta.
Pero sobre todo… me hace sentir vivo.