SOLO UN SUEÑO
SOLO UN SUEÑO
Anoche soñé contigo.
No quiero decirlo,
pero lo soñé.
Estabas ahí,
como si fueras mía,
como si fueras todo lo que no tengo.
Te abrazaba,
y por un segundo
me olvidé del mundo.
No sé si eras tú o el fantasma que invento
cada vez que me acuesto solo.
Soñé que te amaba,
sí, con esa palabra que asusta.
Soñé que tu respiración
hacía que mi corazón tuviera sentido.
Que por fin latía para algo.
Para alguien.
Soñé que te miraba
como se mira una luz cuando estás perdido.
Y que tú también me mirabas,
como si yo no fuera invisible,
como si no sobrara en tu vida.
También soñé con tus labios.
No eran rojos.
Eran reales.
Eran labios de los que uno no se olvida.
Y los besaba despacio,
como si el tiempo no existiera,
como si la vida entera fuera ese beso.
Soñé que no era tu amigo,
que ya me quitaba esta máscara de “no me importas”
y te decía la verdad.
Toda.
Que quiero vivir contigo las rutinas,
las hambres,
las enfermedades,
las tardes sin sentido.
Soñé que envejecías a mi lado
y que no me molestaba verte arrugada,
porque tus ojos seguían siendo casa.
Y cuando desperté,
me dolió.
Porque estabas lejos,
porque no sabías nada,
porque yo sigo aquí
con el sueño entre los dientes
y tú
sin saber que anoche
fuiste mía.